Por Liliana González
Primero fue el agua, empezó a correr por sus piernas en forma cada vez más abundante… “me estoy meando”, pensó con asombro, ya que no había tenido ninguna sensación apremiante en su vejiga. Estaba sola a la orilla del río que discurría cantando entre las piedras desde el Cerro de la Cruz. Levantándose la pollera empezó a cruzar hasta la otra orilla. Tenía que huir. Lo había decidido. Debía llegar hasta el rancho de su madrina que vivía en Cruz del Eje, porque el Jacinto había jurado que le mataría al crío.