27 de abril de 2022

Puro traje y sombreo de Romina Brisindi


¿Cuándo se terminan las historias que tenemos para contar,

 que se cuentan y se observan?

Ya lo sabrán. 

Mientras tanto yo les cuento que un chiquito gris de un cuento

 cuenta historias ya contadas. 

Pero no se cansa de repetirlas, 

aunque cada vez se engricezca más 

y más chiquito se vuelva.

Terminó la secundaria con honores. 

Tan alto era él y hasta le sobraban los colores

Caminaba y en tanto camino se iba gastando,

y al gastarse se achicaba su estatura y sus valores.

Rezongando facultaba, y a todos denigraba.

Consiguió trabajo en un banco mientras se recibía de contador,

su voz fuerte y grave lo llevó a la mayor postulación. 

En ella se mantuvo a gritos y deshonras 

mientras se burlaba de mujeres y hombres en las sombras.

Algunos lo acompañaban festejando sus sobornas 

otros lamentaban tanta cultura desperdiciada.

En las reuniones se lo veía brillar simpáticamente, 

cortejaba a una dama quien creía ser su única elegida.

 Años después de mucama la querría. 

Pavoneaba moviendo su plumaje, 

soberbio de avaricia y embriagado de poder se decoloraba.

Aunque resultara increíble ya nadie lo respetaba.

Su palabra no tenía valor 

su lengua zigzagueante solo causaba dolor. 

Chiquito se volvía cada vez que alguien lo enfrentaba.

Hasta el colectivero un día ya cansado 

al hombrecito grosero a bajarse lo obligó. 

El muy iluso se creía que por ser diplomado gerente

 y casi abogado, iba a ser respetado.

El traje le sobraba, las mangas, arrastraba y tropezaba con el pantalón.

Su voz se agudizó tanto que parecía un grillo cantar 

en lugar de pedir como siempre con gritos graves café a su secretaria 

un chillido salía de su garganta.

cuando ella lo vio se echó a reír sin compasión.

¡¡¡Miren que chiquito se volvió!!!

Un tumulto señaló al chiquito grisáceo, 

nadie creyó nunca ver desaparecer el poder.

El problema que queda es que hay muchos pavos pavoneando 

bien pavotes, por ahí repitiendo la historia del chiquito.

Lo que no se enteran los ignorantes que no quieren ver 

es que aún queda una horda de trabajadoras 

esperando por ellos y dejarlos sin colores,

desnudos, correr.

Ahora, apenas se lo puede ver en un rinconcito de la oficina 

o en el bar de la equina. 

Debajo de su traje, puro harapo este,

el sombrero lo tapa.

A lo lejos se escucha grillosear 

Aunque quizás sea lloriquear.