3 de abril de 2020

LA MOMIA

Por Héctor Corti

Apenas entraron al aula, Yésica la encaró a Marina y con tono imperativo le dijo: ─Con la Momia te toca a vos.
Marina miró a su compañera con fastidio y le preguntó: ─¿Y por qué justo yo me la tengo que bancar?
─Porque yo ya hice mi parte con la Jirafa.
─Y mucha suerte no tuvimos. Casi nos amonestan a todes y encima la semana que viene nos van a tomar prueba de Matemáticas. Muy exitoso lo tuyo.
─Justo por eso. Como vos sos la que te la das de versera y convincente, a lo mejor nos enseñás cómo se hace.
El diálogo se interrumpió con un repentino silencio. La señorita Sánchez cruzó la puerta y su mirada de hielo volvió a generar entre les estudiantes una cierta sensación de temor.
─Buenos días alumnos─, saludó la profesora de Historia.
─Buenos días, respondieron todes.
La Momia Sánchez estaba igual que siempre. Llevaba un saco beige, remera blanca con cuello redondo tipo volado, pollera al tono que le cubría las rodillas y zapatos negros acordonados de taco bajo. Su cabello gris estaba prolijamente estirado hacia atrás formando un rodete. Los únicos maquillajes eran un disimulado polvo facial que le daba un poco de tonalidad a su cara rugosa y algo chupada, y una tenue sombra marrón en los párpados.
Siempre cumplía la misma rutina. Se sentó, se colocó los anteojos de leer, pasó lista controlando que los nombrados dieran el presente y levantaran la mano, y finalmente abrió el libro de temas. Fue en ese momento cuando advirtió que en el fondo un brazo se mantuvo en alto.
─Sí alumna, ¿qué necesita?
Marina se puso de pié al lado del pupitre porque sabía que a la profesora le gustaba mantener esa costumbre de otras épocas, tragó saliva, respiró hondo y comenzó a hablar: ─Señorita Sánchez, quería informarle en nombre de todos mis compañeres que en la asamblea del centro de estudiantes se decidió pedirle a todes les docentes que los contenidos de las materias de este día estén dedicados a los derechos de las mujeres para debatir cuestiones relacionadas con el patriarcado, el machismo, la discriminación laboral, el abuso y el acoso sexual y los femicidios que lamentablemente siguen sucediendo. Porque vivas nos queremos, ni una menos.
El discurso de Marina fue cerrado por el aplauso de todes sus compañeres, al tiempo que los ojos helados de la Momia comenzaban a echar fuego.
─Vea señorita… ─y Sánchez comenzó a recorrer la lista con su dedo índice─ ...señorita Marina Olsen, yo tengo 40 años de docencia…
─Y no se jubila porque no la quiere ni el perro y tiene miedo de morirse sola ─le dijo por lo bajo Yésica a Marina.
La Sánchez interrumpió lo que decía, repasó a les estudiantes con su mirada y continuó: ─… tengo 40 años de docencia y no vine ni un solo día a dar clase sin preparar previamente el tema a desarrollar. Por eso, ni usted, ni sus compañeros, ni el centro de estudiantes, ni nadie, me va a decir lo que tengo que hacer.
El silencio del aula se quebró con un “vieja de mierda”, apenas imperceptible.
Como si no hubiera escuchado o haciéndose la sorda, la Momia se dispuso a continuar con el temario correspondiente.
─La última clase comenzamos a hablar sobre la tarea de gobierno desarrollada por los virreyes en las colonias del Río de la Plata. Hoy vamos a ver una particularidad que tiene que ver con la justicia y la sociedad de esa época, sucedida en 1784, durante el traspaso del gobierno del Virreinato entre Juan José Vértiz y Nicolás del Campo, Marqués de Loreto. Vamos a adentrarnos en lo que se llamó la Casa de las Recogidas de Residencia. ¿Alguien sabe de qué se trataba o al menos la escuchó nombrar?
Les alumnes, con un fastidio indisimulable hacia la Momia y forzando los gestos de aburrimiento como para que le quede claro el desinterés, mantuvieron la boca cerrada.
─Bien, me lo imaginaba. La Casa de Recogidas de Residencia, ubicada en lo que hoy es el barrio de San Telmo, fue creada por Vértiz para recluir y corregir a las mujeres escandalosas, una denominación que le daban a las esposas, hermanas, hijas, criadas o esclavas, sean negras, mulatas e incluso blancas, que eran denunciadas por adúlteras, desobedientes o indóciles por los hombres y de acuerdo a sus criterios, más allá que sus argumentos fueran verdaderos o falsos.
─Y qué derecho tenían esos tipos de tratar así a las mujeres. Si seguro, igual que ahora, tenían amantes, las maltrataban, las golpeaban y hasta las mataban ─interrumpió furiosa Melisa, quien por el gusto que tenía de la historia era la única que hasta ahí parecía que seguía el tema.
─Señorita… ─y Sánchez recorrió con su dedo índice la lista─ ...señorita Melisa Martínez, me parece que su comentario es un poco impetuoso. En Historia no se deben olvidar la época y los contextos. Estamos hablando de algo que sucedió a fines del siglo XVIII, donde las mujeres casi no tenían derechos, muchas eran directamente propiedad de los hombres y sometidas a sus deseos.
─Escuchaste lo que dijo la Momia, boluda ─, le murmuró Marina a Yésica después de codearla para que no se quede dormida.
─Antes de dejar de ser virrey, Vértiz puso al frente de la Casa a Francisco Calvete, un sargento de infantería al que le tenía cierto afecto y confianza. Pero este hombre, como ya vamos a ver, era un ser cruel, brutal, corrupto y despreciable. Dentro de esa especie de cárcel, a las internadas no le quedaban más alternativa que respetar su autoridad. Eso incluía realizar en el lugar o afuera del establecimiento los trabajos que se le pedía, por ejemplo como lavanderas, cuya recaudación debía ser destinado a las arcas del Virreinato, pero de lo que una parte siempre se quedaba el funcionario.
La señorita Sánchez hizo una pausa, recorrió el rostro de les alumnes y se dio cuenta que había captado el interés de algunes. Entonces prosiguió.
─Pero lo peor de ese maltrato hacia esas mujeres venía por el constante acoso que ejercía sobre ellas. Calvete acostumbraba a tratarlas de convencer o seducir ofreciéndoles menor carga de trabajo o salidas transitorias a cambio de mantener relaciones carnales. Muchas aceptaban por temor o por conveniencia. Pero las que se negaban eran sometidas a la fuerza. A todas las amenazaba diciéndoles que no dijeran nada y repetía con omnipotencia que “aunque lleguen hasta el señor Virrey con mil verdades, recuerden que siempre ante él valdrá mucho más mi única mentira”.
El silencio en el aula volvió a romperse con un “que pedazo de machirulo hijo de yuta”, que sonó un poco más fuerte y obligó a la Momia a poner cara de desagrado, pero sin hacer ningún comentario.
─La situación de esas mujeres era muy compleja e injusta ─continuó explicando la señorita Sánchez─ porque muchas de ellas quedaban encintas y eran obligadas a abortar a través de una mezcla de yerbas que el entregaba una comadrona cómplice de Calvete. La mayoría morían y para cubrirse le adjudicaban alguna enfermedad como causa. A las que por el tiempo de embarazo, ya no era posible practicar el aborto, las llevaban a otro lugar a dar a luz, le sacaban la criatura y de inmediato lo entregaban de forma anónima en la Casa de los Niños Expósitos.
Yésica y Marina, con los ojos bien abiertos, se miraron sorprendidas y dijeron al unísono: “la Momia está hablando de aborto”.
─La impunidad de Calvete comenzó a darse vuelta en tiempos del virreinato del Marqués de Loreto y con la aparición en su camino de Dionisia da Silva, una mujer blanca que fue encarcelada por la denuncia de su esposo, y vio en el funcionario la oportunidad de lograr poder. Fue así que aceptó las propuestas de Calvete y se convirtió en una suerte de capataza del resto de las mujeres, a las que les distribuía el trabajo y también las maltrataba. Lo concreto es que de sus diarias visitas a la habitación del funcionario a la vista de todas, Dionisia también terminó embarazada. Su nuevo estado no modificó el status, por lo que continuó con su función de capataza y querida del director de la Casa. Cuando ya estaba de seis meses y tenía una panza indisimulable, Calvete, después de verla confesándose con el sacerdote, la zamarreó y le pegó para saber que le había dicho. Ella, desafiante, negó haber confesado su embarazo y lo emplazó para que organizara dónde y cómo iba a tener a su hijo.
─Profesora, cómo era posible que en un lugar que tenía tan pocos habitantes, nada de lo que les pasaba a las mujeres dentro de esa Casa no se supiera ─preguntó Melisa, ya sin levantar la mano ni pedir permiso.
─Señorita… Melisa Sánchez, lo que sucedía era que la mayoría de esas mujeres ocupaban un lugar inferior de la escala social y los hombres las llevaban ahí para sacárselas de encima y así superar lo que consideraban agravios recibido. A nadie les importaba lo que les pasara en esa suerte de depósito de marginadas.
─Me parece que hoy la Momia tomó de la buena y le pegó bien ─comentó sorprendida Yésica, mientras su compañera Marina casi no le prestó atención porque seguía atenta el relato.
─Casi por el status social que tenía, no hay que olvidarse que era una mujer blanca, el caso de Dionisia da Silva llegó al despacho del Virrey, quien de inmediato ordenó una profunda investigación que desembocó en un juicio al funcionario. Calvete, durante todo el proceso, negó haber mantenido relaciones carnales con las reclusas. Y su versión quedó corroborado por las mujeres citadas a declarar, a quienes le duraba el miedo que le tenían. Pero por el encono hacia Dionisia, si reconocieron que la vieron acostada desnuda con Calvete en su habitación.
─¿Y cuál fue el fallo del juicio? ¿Se hizo justicia? ¿O los jueces eran igual de los de ahora? ─preguntó Marina.
─Señorita… Marina Olsen. Le pido que no se adelante. A esa altura, Dionisia da Silva tuvo su hijo fuera de la Casa de Residencia, pero su bebé también fue entregado de forma anónima en la Casa de los Niños Expósitos. Al finalizar el juicio, el virrey Loreto dictó sentencia, pero para evitar el escándalo que ya llegaba a España, lo incluyó a Calvete en un real indulto. Pero dispuso que pagara los gastos de crianza de la criatura y que rindiera cuenta de los fondos manejados.
─¡¡¡Pero cómo dejaron libre a un violador y femicida!!! ─se indignó Marina.
─Pero Calvete ─aclaró la señorita Sánchez─ igual quedó en la cárcel, porque le comprobaron que retuvo indebidamente 966 reales en la venta de sal que pertenecían a la Real Hacienda, y pese a sus súplicas no consiguió la libertad. Algunos piensan que el virrey Loreto estaba convencido de la culpabilidad de Calvete, y esta condena fue la única forma de, al menos, hacer un poco de justicia.
El aula estaba completamente en silencio, pero esta vez porque les alumnes reflexionaban sobre esa narración histórica, cuando sonó el timbre. Entonces la señorita Sánchez inició su rutina. Se quitó los anteojos, cerró el libro de temas y lo colocó sobre el registro de asistencias. Pero después hizo algo distinto. Del bolsillo de su chaqueta beige, sacó un pañuelo violeta, lo enrolló y lo ató a su muñeca.
─Buenos días alumnos, en la próxima clase seguimos con el tema ─saludó la señorita Sánchez y se retiró del aula.
Les estudiantes, que no salían de su asombro, se pararon al lado de sus bancos y saludaron.
─Hasta la próxima clase, señorita Sánchez.