9 de abril de 2020

NAVIDAD EN ROMA

Por Beatriz Heber

Recorrer Roma en vísperas de Navidad no me atrae más que en mi país, y se suma el frío que esta temporada es intenso. Todo el ajetreo de ciudadanos y turistas compradores me desborda, pero le he encontrado el lado positivo y con mi máquina fotográfica voy registrando lo que atrapa a mi mirada curiosa, el detalle de una vidriera, un niño tironeando a su madre a quien casi se le caen los paquetes.
Acá estoy acompañando a mi prima Paula que está muy sola pues perdió a su marido hace un mes. Lo más difícil es que Paula es muy religiosa, yo ya estoy distanciada, y aunque nos respetamos mutuamente en esta circunstancia he decidido acompañarla a los oficios religiosos que conozco de memoria de mis tiempos del colegio de monjas. Los domingos por la mañana caminamos hacia la plaza del Popolo a presenciar la Misa en la basílica de Santa María del Popolo, subimos la escalinata enfrentando la fachada sobria y el impacto al ingresar siempre es fuerte, me sumerjo en la atmósfera religiosa, en la historia del arte de siglos pasados con los óleos, frescos, esculturas, vitrales, mosaicos, la arquitectura en sí, todo es un placer, si además escuchar el sermón, antes se decía así, hoy se llama homilía, lo aprovecho para practicar el italiano que domino poco resulta una experiencia perfecta.
En la casa al pie del infaltable árbol de Navidad está presente el Pesebre con todos los personajes menos el Niño, Paula dice que recién se coloca en Nochebuena. Me produce nostalgia, me retrotrae a mi infancia, veo a mamá adornando el árbol con mi “ayuda”, y el Pesebre. Es el pasado. Actualmente, tras haber investigado que la Navidad se relaciona con el festejo pagano romano del “dies natalis Solis invicti” el día del nacimiento del Sol invicto, la victoria de la luz sobre la noche más larga del año, que se celebraba el 25 de diciembre, y que la Iglesia le superpuso el nacimiento de Jesucrito otorgándole el mismo carácter simbólico de renacer de la luz en el mundo, desde entonces disfruto “Navidad” festejando el anual renacimiento de la vida, así le doy una vuelta de tuerca a esta tradición.
La basílica de San Pedro es ineludible para Paula en estas vísperas de Navidad, para mi un derroche de arte. Al llegar a la plaza de San Pedro vemos que ya está presente el Pesebre con figuras de tamaño natural. -Qué emocionante, exclama Paula. Observo, falta el Niño. Claro, no tiene que estar todavía. Volveremos otro día, sugiere. Llega Nochebuena, una noche helada, a tal punto que Paula, que está un poco resfriada, se resignó a ver la Misa de Gallo por televisión. Nos deleitamos con una cena navideña a la romana, el “cenone”, spaghetti con almejas, pescado asado con verduras fritas y de postre torrone y Pangiallo, un pandulce del Lacio. El momento de las doce de la noche lo recibimos fuertemente abrazadas, Paula entre lágrimas coloca al Niño en el Pesebre e invita a brindar por la vida. Me quedo observando al Niño, ¿y si fuera Niña?, pero en sociedad patriarcal, dioses masculinos.
Un cielo azul profundo con un sol radiante para ser invierno dibujan la tarde navideña. Con los gorros de lana bien calados y yo con mi cámara fotográfica caminamos rumbo a la plaza de San Pedro. La gente se ve sonriente, alegre. Nos encontramos con una plaza bien concurrida, a lo lejos el gran Pesebre, hacia allí vamos. Ya bastante cerca ocurre lo inesperado. Una mujer en pollera y remera con una inscripción en la espalda que no podíamos leer, corre hacia el Pesebre, se encarama en la instalación, retira al Niño y está por poner ¿otro Niño? cuando dos carabinieri la detienen, mi cámara “se dispara”, cinco o seis mujeres agitan telas con la inscripción “Dios es mujer”, los carabinieri las dispersan, sigue disparándose mi cámara, esto es historia, pienso. Al público se lo nota desconcertado, algunos disgustados, otros estamos pensativos. Logro entender por los rumores que la intención de la mujer era colocar una Niña en el Pesebre. Qué delirio, exclama Paula. No estoy tan segura, le contesto, mientras trato de no perder de vista a esas mujeres. Nos vemos en casa, le digo y me escabullo entre el gentío. Con mi pésimo italiano averiguo que conforman la “Agrupación Feminista Antígona”, no son ateas sólo quieren cambiar el sexo de Dios, nada más. ¡¡¡¡Nada más, el patriarcado tendría que aceptar dejar el poder!!!! Algún día ocurrirá, seguro que nosotras no lo vamos a ver, pero iniciamos la cruzada, dicen con firmeza. Camino junto a ellas en la plaza, siguen agitando los carteles, veo chicas y también chicos sonriéndonos con el pulgar en alto, gente de mediana edad desconcertada, los adultos mayores con el ceño fruncido, no todos. Recorremos toda la inmensa plaza oval, a la muchacha que quería cambiar al Niño no la detuvieron porque era Navidad, y porque cometió una chiquilinada. La prensa fotografía, entrevista. Ya el atardecer está avanzado y nosotras seguimos en la plaza ahora con escasa gente, sopla un viento fuerte que rigidiza las telas, “Dios es mujer” se muestra firme como una estatua más, el frío nos penetra hasta los huesos pero resistimos, una fotógrafa nos ha seguido sonriente haciendo numerosas tomas, se despidió “Fino alla prossima volta” con el pulgar en alto, es su fotógrafa oficial. Paula seguro que está en casa tomando un rico té con pan dulce, esperándome.