Por Matías Gil
Ya tengo 40 años, me levanto de una noche de insomnio, son las 7am. Agarro mi guitarra y me siento en el balcón rodeada de plantas. El jazmín se desliza con satisfacción por mis orificios nasales, y siento como si estuviera durmiendo. La madera, suavemente, se aferra a mi mano provocando una relajación en la muñeca. Y las cuerdas ásperas me lijan los dedos, afinándolos para la primera nota. El verde fuerte y brillante de las hojas me envuelve como amazona. Entre ellas una oruga tímida amarilla y negra me mira. Empujo con esfuerzo la saliva seca y apelmazada, mientas la lengua pelea entre vestigios de whisky y tabaco.