22 de julio de 2021

DE CABEZA SE VE MEJOR

 

Por Matías Gil

Ya tengo 40 años, me levanto de una noche de insomnio, son las 7am. Agarro mi guitarra y me siento en el balcón rodeada de plantas. El jazmín se desliza con satisfacción por mis orificios nasales, y siento como si estuviera durmiendo. La madera, suavemente, se aferra a mi mano provocando una relajación en la muñeca. Y las cuerdas ásperas me lijan los dedos, afinándolos para la primera nota. El verde fuerte y brillante de las hojas me envuelve como amazona. Entre ellas una oruga tímida amarilla y negra me mira. Empujo con esfuerzo la saliva seca y apelmazada, mientas la lengua pelea entre vestigios de whisky y tabaco.

El canto del ruiseñor me regala un do, justo cuando el golpeteo del riel me vuelve a la ciudad. Una ciudad que ilumina y opaca. Como un lucero del ocaso que desborda en altura y oscuridad, plagada de rascacielos y una torre. Esa torre es un banco, un banco que en su momento no recapacitó en cerrar cuentas y dejar personas sin sus ahorros. “Ojalá que explote un banco con todo y gerente” o mejor… ojalá que se caiga la torre.

Tomo una bocanada de aire para poder deshacerme del espíritu de la resaca que hay en mi boca. ¿Espíritu? Más que espíritu es un demonio y no hay exorcismo para esto. ¿Cómo debo tener el maquillaje? Si viera mi viejo…

El aire llena mis pulmones “porque diré que me escondo…”- mis manos acarician los primeros acordes “…si nadie me quiere ver.” Dejo la guitarra calmada, veo la torre… ¿Nadie me quiere ver? Puede ser…Y si…mi viejo me viera ahora con el aspecto que tengo…sin dormir ¿Qué me diría? ¿Qué pensaría? Esa torre, como un falo de dominio del capital… No puedo evitar que su presencia me irrite. Ojalá que se caiga la torre.

Me hace acordar a la postura. ¿Será por eso que me irrita? Parado, sacando pecho. Él es la torre, es el banco y el gerente. Tendría que haberse caído también. Su voz. Siempre dando una orden, pocas veces un “por favor”. ¿¡Te parece bien estar así!? ¿A esta hora?- Me gritaría.

La comodidad verde decanta mis pensamientos. Aprieto la guitarra y unas lágrimas teñidas de negro se dejan caer. ¿Y qué iba a hacer viejo? ¿Vivir como vos? Adoctrinada a un laburo que no te hacía feliz y esclavizada a un escaparate cuadrado lleno de mierda, impuesto para lavar minuciosamente la cabeza insípida de gente como vos o como mamá. Pobre mamá, vivió una vida llena de miedo bajo la sombra de tu miedo. Sin voz, ni voto. Eso querías hacer conmigo por eso me escapé de casa. La torre, lo veo, ahí parada, demandando obediencia, control. Ojalá que se caiga.

Me acomodo la guitarra para seguir…los acordes vuelven a fluir. Lleno mis pulmones… “y no encontré ni un segundo para explicarle al mundo que lo quiero matar” La cuerda se rompe y…me pica mucho la garganta. Tengo otra cuerda pero no me quiero levantar. El verde me acobija. Es otro espacio, dentro pero lejos de la gris ciudad. Me lleva a otras cosas. A la abuela, por ejemplo. La oruga me hace acordar a la parra en la casa de la abuela. Cuando me enseñó a tocar la guitarra. Siempre me decía cosas lindas, me llenaba de cosas lindas. Como pequeños pulpos mis ojos comienzan a gotear tinta de felicidad. Hermoso momento. La parra y el jazmín. Olor a jazmín. –Hacé siempre lo que te haga feliz- Que linda enseñanza, abuela.

Así lo intenté… por eso me fui de casa y pretendí tocar la guitarra para vivir. Pero vos, abuela, sabés lo que le cuesta a una mujer sola, en un mundo tan cruel, capitalista y patriarcal. Vos más que nadie sabés lo que es pelear sola y desde abajo. Y acá estoy llena de deudas, dudas, intentando ganarme la vida tocando en bares, a veces sin ropa por más dinero. No me lo merezco. ¿No?

¿Qué vigila la torre? OJALÁ SE CAIGA.

Apoyo la guitarra en el piso y me levanto. Me desperezo. Camino lenta hacia el interior del mono ambiente. Todo desordenado, botellas en el piso, la mesa llena de deudas, Me van a rematar todo. Me acerco a la mesa de luz y abro el cajón en busca de la cuerda. ¿Un libro? Qué raro… La metamorfosis… Me lo quedo mirando. Ojala que se caiga la torre, el banco y el gerente.

Recojo las pastillas que estaban sobre la mesita de luz. Me dispongo a salir de esa atmósfera llena de una humedad asfixiante de alcohol y encierro. Vuelvo al verde, al jazmín. Qué rico olor a la abuela. Respiro. Jazmín. Empiezo a llorar. Hiperventilo. Intento calmarme. Me tomo las pastillas. Esa torre de mierda. Esa ciudad de mierda. Ese gris de mierda. Ese cableado de mierda. Cierro los ojos. Busco el olor a jazmín. Un momento agradable. El color verde. Los busco con los ojos, pero veo primero la torre y siento una puntada en el pecho. Intento ponerme más tranquila. Busco el verde en mi cabeza. Me veo de chiquita. Mi respiración se normaliza. Estábamos yendo de vacaciones en familia con el auto, había todo campo y con la ventanilla baja el aire se sentía hermoso. Saqué las manos y la sensación me trajo tanta satisfacción, que no me importaba que mi viejo en ese momento se enojara, saqué la cabeza y cerré los ojos. El viento del auto en movimiento me hizo sentir como que volaba. Obviamente mi viejo me vio, detuvo el auto y me pego dos trompadas en el brazo. Nunca quiso que sintiera lo que es volar. Me gustaba sentir que volaba. Con los ojos cerrados, lo pienso un segundo. Sí. Tanteo la baranda y me subo sobre ella. Es lo suficientemente ancha y alta para entrar de pie. Siento el viento más fuerte. Me devuelve a ese recuerdo. El olor jazmín. “Me olvidé de poner los pies en el suelo y me siento mejor. Volar, volar”. Siento el viento pegar con más fuerza. La torre no está acá para detenerme. Abro los ojos y… ¿de cabeza se ve mejor? Es como si la torre se estuviera cayendo. Como si toda la ciudad se cayera. Volar, volar.