16 de octubre de 2021

TODO POR UNA MANO

Por Héctor Corti

¿Cómo me metí en este quilombo? La verdad, no sé. Ahora dudo si todo esto que pasa es cierto, lo estoy soñando o me transformé en un personaje de una película bizarra clase Z. De lo que estoy seguro es que la cabeza me estalla por el teléfono que no para de sonar y por el montón de periodistas que hay afuera, hablando pelotudeces en vivo y en directo sobre si es verdad lo que encontré o si estoy loco de remate. Encima Patricia, en lugar de estar a mi lado haciéndome el aguante, aprovechó sus cinco minutos de fama y se fue para hablar de mí, de nuestra historia y de un montón de cosas más, en la tele. Todo por esa puta mano que no sé dónde carajo se metió. Pero apenas la encuentre, ahí sí me van a conocer. Abro la puerta, se las muestro y les cierro la boca a todos y todas.

La cuestión empezó la otra noche. Después de pelearme con Patricia por enésima vez por las mismas cosas de siempre, me fui a tomar unas birras con los pibes. Cuando pegué la vuelta y caminaba concentrado para mantenerme derechito, tuve la sensación de que algo me seguía. Miré un par de veces para atrás, pero no vi nada raro. Igual empecé a tener un poco de miedo. Como pude apuré el paso en las cuadras que me faltaban. Al llegar y mientras trataba de embocar la llave, volví a sentir que algo me estaba mirando. Ahí la vi. Estaba a unos metros. No lo podía creer. Era una mano. Una mano sola, sin su cuerpo correspondiente. Parada sobre el dedo índice y el mayor. Del cagazo se me fue el mareo. Solo atiné a abrir la puerta y entrar rápido a casa. Después de cerrar, la espié por la ventana. Estaba esperando que le abriera. Y me dio lástima porque, después de todo, era una parte de un ser humano que podía tener necesidades como cualquier otro.

Apenas la hice entrar, empezó a recorrer la casa como si la conociera de toda la vida. Y ni se asustó frente a la pila de platos, vasos, sartenes y cacerolas acumuladas y mugrientas que había en la cocina. Tampoco cuando pasó por el baño entre toallas, toallones y ropa de los dos que estaban desparramadas en el piso. Yo la seguía a cierta distancia. Y me sorprendió. Sin que le dijera nada se puso a trabajar. No lo podía creer. Las discusiones con Patricia y su reclamo histórico para que le diera una mano con las cosas de la casa se estaba resolviendo delante de mí. Corrí al dormitorio. Ella viajaba en medio del humo. La sacudí y empezó a reaccionar. Abrió los ojos y me miró raro. Como pude la llevé hasta la cocina. Los vasos y la mitad de los platos ya estaban limpios. No hubo preguntas. Me abrazó. La abracé. Saltamos de alegría mientras nuestra visitante seguía concentrada en la tarea doméstica.

Para festejar brindamos con vodka sentados en el sillón del living. Patricia agarró el celular para llamar a su hermano Ricardo, que es periodista en un programa de un canal de cable. Quería darle la primicia. La frené. Le pedí que mejor no. Que por ahora era preferible no decir nada. Primero había que averiguar a quién pertenecía y cómo había llegado hasta acá, para no meternos en un lío. Seguimos brindando. Haciendo planes. Hasta pensamos en presentarle a Dedos, el de los Locos Adams, y nos reímos por la ocurrencia. Dónde lo íbamos a conseguir, si no existe, es un personaje de ficción. Todo así hasta que la botella se terminó y el alcohol superó mi capacidad de aguante.

Me despertó el ruido que había en la calle. Tres camiones de exteriores de televisión y una pequeña multitud entre periodistas, técnicos, vecinos y curiosos que se iban amontonando. El teléfono sonaba sin parar. Atendí, era de una radio que me quería sacar al aire. Corté. Y lo apagué. La llamé a Patricia. No contestó. Mi sospecha se confirmó. La boluda no aguantó. Abrió la boca y por ella se enteró todo el mundo. La puteada fue a través de la pantalla. Apareció en el programa donde trabaja el hermano. Negaba todo. Decía que nunca la había visto. Que yo le conté que había encontrado una mano. Pero que no me creyó porque soy un artista con mucha imaginación. Y que estoy borracho la mayor parte del día. La hija de puta me hizo calentar mal. Ahí fui a buscar la mano para demostrar que no soy un mentiroso. Pero no estaba. No creo que haya podido salir. Se habrá escondido asustada por todos los ruidos de la calle. Pobre, no debe estar acostumbrada a tanto despelote.

La policía que tengo metida en casa, seguro que también se enteró por la tele porque la noticia salió en cadena. Es su mejor informante. Me la allanaron para buscar la mano. Quieren saber de quién es y dónde la escondí. En cualquier momento me llevan presos. Pero no sé. Les digo que yo también la quiero encontrar, saber dónde está. Me miran, pero no me creen demasiado. Siguen revolviendo todo. Y les pido que traten de desordenar lo menos posible. En especial la cocina y el baño, que nunca estuvieron tan limpios.