27 de septiembre de 2021

SONORA

 

Por Héctor Corti

Como cada año, en la tierra norteña de Sonora se realizó con sonoridad la Fiesta del Sonido y del Soneto, en la que cada sonorense participó en el festejo e hizo su parte para deleitar a los visitantes.

Para que la sonorización fuera impecable, los sonidistas transitaron las calles con sus sonómetros y así asegurarse la musicalidad de los sonidos.

Pero no pudieron controlar todo. Un sonique sonlocado, que no tenía ni idea de la musicalidad del son, quiso contribuir con un apagado soniquete surgido de darle y darle fuelle a la fragua. Fue casi como el sonsonete repiqueteante apenas audible, que en el bar de al lado unos parroquianos se empeñaban en conseguir, haciendo sonar sonéticamente sus dedos contra la mesa.

Más lejos, un concierto de molestas y ruidosas sonerías que salían de los relojes que probaba y apenas escuchaba el relojero, porque su había olvidado su sonotone, opacaba la armoniosa y musical sonoridad que aportaban cada uno de los instrumentos de la orquesta sinfónica de Sonora, que tocaba una sonata para deleitar a los sonorenses y los visitantes  reunidos en la plaza principal.

Los sones de la sonata sonaron como la musa inspiradora de los sonetistas, que también estaban en la plaza concentrados en sonetizar sonetillos y sonetos como aporte a la fiesta de Sonora.

Después que todo terminó, cuando el día le dio paso a la sonochada y el sonido al soniche, un niño rompió el silencio al sonajear las sonajas de su pandero, acompañado por el son del sonajero de su hermanito bebe que, aunque tarde, también quisieron participar de la Fiesta del Sonido y del Soneto realizada en la tierra norteña de Sonora.