2 de septiembre de 2021

NEGRO PROFUNDO

 

Por Héctor Corti

Veo la oscuridad. Negra, profunda, densa. Incrustada en mis pupilas. Vencedora sobre mi intento de conseguir un vestigio de luz. Tenebrosa. Fantasmal. Agobiante. Protagonista de una irreal realidad.

Una irreal realidad que me confunde. Apenas muevo mis manos con lentitud, buscan mi cara, las acerco hasta tocarla, la recorro con mis dedos que van de abajo hacia arriba, que contornean el mentón, que repasan la barba insinuada y rasposa, que siguen por los labios gruesos y apenas sellados, que palpan los pómulos abultados y calurosos, que tocan la nariz puntiaguda cuando arroja el aire caliente de la respiración agitada, y que llegan a los ojos. Siento mis ojos y expiro fuerte y profundo. Aliviado. Paso los índices por los párpados, acompaño sus movimientos, el roce de las pestañas. Me tranquilizo. Alejo el temor de encontrar solo dos cavidades cavernosas. Me esperanzo que todo vuelva a ser como antes.

Que todo vuelva a ser como antes me digo. Busco las respuestas que no encuentro. Me doy cuenta que no sé. Me pregunto si existió un antes. Y cómo era ese antes que caprichosamente se niega a presentarse ante mí. Que se protege detrás de esa oscuridad que veo y acentúa el vacío. Estoy ausente de memoria. Amnésico. Sin historia. Con el pasado fundido en el presente nebuloso. Sin saber quién soy y dónde estoy. Pero me siento vivo. Estoy vivo. Un sentimiento que me ilumina en la ausencia de luz. Y me digo que está todo por descubrir.

Está todo por descubrir. Comienzo con la búsqueda a mi alrededor, mis brazos alargan las manos que solo atraviesan la oscuridad que parece corporizarse a cada centímetro, y no hay nada más, las vuelvo hacia mi cuerpo, se mezclan en el roce de la musculatura blanda con la pelusa suave de lo que parece un pullover color incierto, continúan hacia abajo palpando la firmeza de los muslos envueltos en la textura algo áspera de la tela jean de mi pantalón. Y no van más de ahí.

Y no van más de ahí porque un carraspeo casi contenido, que apenas se escucha, me altera, rompe con lo que creí una inevitable soledad, pero no es así, hay alguien, trato de orientarme. Parece que vino desde más allá de la nada que imagino delante de mí, e intento avanzar, pero no me animo, sigo duro, parado en el mismo lugar, clavado en mis piernas afirmadas al piso. Tampoco me muevo con el murmullo que llega desde atrás de mí, una conversación susurrante que acompaña al rasposo arrastre en el piso de algo que parece pesado, con cierto olor a cola de carpintero que enseguida lo tapa otro a incienso más profundo y penetrante que inunda el aire de a poco y me rodea como una nube invisible. Ahora son pisadas que se alejan, misteriosas, que me inquietan de quién son y quiero preguntar para saber, abro mi boca, grande, y me esfuerzo, pero es inútil, no puedo. Mi voz es una avalancha de silencios desesperante.

Una avalancha de silencios desesperante que dura instantes. Hasta que dejo de ver la oscuridad. El telón se corre. La luz de los reflectores encandila mis ojos, ilumina mi rostro y encierra mi cuerpo en un círculo. Escucho los aplausos. Recupero mi memoria acompañada de palabras que escucho cuando comienzo el monólogo: “Veo la oscuridad. Negra, profunda, densa. Incrustada en mis pupilas. Vencedora sobre mi intento de conseguir un vestigio de luz. Tenebrosa. Fantasmal. Agobiante. Protagonista de una irreal realidad… “.