10 de septiembre de 2021

BASILISCO

 

Por Eustaquio Soria

Qué afortunadas que son la luna y esa estrella que está al lado en el espacio aséptico. La noche de mañana volveré a mirarla y estarán allí, otra vez, guardando distancia celestial, misteriosa distancia.

Aquí, abajo, los humanos, todos portamos humana distancia, la llevamos, la tenemos adherida como espinas de un erizo. Si nos acercamos nos herimos, si nos alejamos sentimos frío. Peste que apesta por el este y el oeste, peste que saca de un negro saco negrura maloliente. Miro a la higuera, al jazmín y puedo oír cómo se tensan sus hojitas como las alas de la cigarra de delicado celofán. Debe ser el alba de la primavera que las está desplegando. Pienso. En mí, el invierno sigue, aunque la luna y el sol alumbran el patio, la noche sigue. Siniestro juego me propone la peste, como un basilisco. Si me ve primero pasaré a ser nada o tesoro inerte, en su haber de muerte. Puede estar agazapada detrás de un árbol, detrás de otro humano o detrás del vacío. Ojalá pueda empujarla, asirla y pisotearla, que sus garras milenarias crujan como conchillas de caracoles bajo mis pies para que llegue la primavera. Peste que apesta por el levante y por el poniente, peste que lleva en su saco negro la muerte.