22 de abril de 2021

TIO (*)

 

Por Agustín Tillet


Yo creo que debe ser algo que nos pasa a todes, cada vez que decimos de dónde somos. Claro, siempre depende del interlocutor o de la interlocutora. Pero, cuántas veces me ha pasado, cuántas veces nos ha pasado. Como siempre, depende de dónde estés hablando y con quién lo estés haciendo: a lo mejor en un taller de escritura, al decir que sos de Mercedes te preguntan por Casciari, o en un partido de fútbol te consultan por Biglia; a veces en un restaurante te curiosean por ver de dónde es el salame más rico, si de ahí o de Tandil. Pero sin dudas casi nadie se olvida de decirte “¡Ah! El pueblo de Videla”. No sé por qué nunca se acuerdan de Agosti, que no sólo integró la misma junta militar que el nefasto ciudadano ilustre recién nombrado, sino que además hizo desaparecer a su propio sobrino allí.

Y sí, efectivamente ES el pueblo de Videla. No sólo porque allí nació, se crío, y se encargó de volver religiosamente los fines de semana para asistir a misa los domingos, a devorar hostias siempre bien servidas, sino porque su obra y gracia continúa dando vueltas por esa ciudad del oeste bonaerense. Como en un juego de espejos que devuelva realidad a la escena, también es necesario decir que es, asimismo, algo que muchas veces se olvida y que conviene mantener en pie, la ciudad de los 22 compañeros y compañeras desaparecidos por ese mismo terror. Veintidós no es poco en una ciudad para ese entonces pequeña, católica, de derechas, fría, judicial, otoñal. Tan parecida a la de ahora, que aterra saber si el dicho de pueblo chico, infierno grande no fue gestado allí, al calor de estos eventos.

De entre esos 22, uno en particular era mi tío Carlos: el hermano del medio de los cinco hijos varones de mi abuela Negra y mi abuelo Gordo. Según se sabe, al menos la hermana y la mamá del dictador fueron consultadas al respecto por familiares directos y amigos. También según se supo después, el flacucho espanto de cara huesuda y mirada de muerte no permitía que sus familiares le hicieron llegar pedidos de personas conocidas, ni siquiera el sobrino de Agosti, ni siquiera mi tío, que era de los mejores amigos de su sobrino Solano.

Siempre me quedó la pregunta rondando, entre muchas, si efectivamente pudiesen haber tenido algún efecto esos reclamos; si por algún error del destino, el hombre que llevaba los dos nombres de sus hermanos mellizos muertos casi al nacer, hubiese dicho “no, ese no…” ¿Habría existido esa posibilidad?

Como desde hace tanto tiempo, 45 años ya, nos quedan muchos sabores amargos. Pero también la convicción de no olvidar, así como de no perdonar.


(*) El texto forma parte de la producción sobre el Día Nacional de la Memoria por la Verdad y la Justicia realizada por los integrantes de los talleres de escritura y lectura Lucina Resiste que se desarrollan en CTArte.