5 de noviembre de 2020

EL PIRATA EN ALTAMAR


 Por Cristina Magno


Al arrastrarse en la tierra los anillos cambian sobre su cuerpo viscoso y marrón. La espuma que deja cada ola en su vaivén descubre un destello tornasolado del rubí de su meñique izquierdo. El rojo se torna naranja o morado cuando despunta el oro tímido detrás de los nubarrones que cubren el muelle de Mar de Ajó. Nueve anillos, uno en cada uno de los dedos de su mano excepto en los pulgares, y otro a modo de tobillera engalanando la pata de palo que asoma del raído pantalón. Un solo botón prende su camisa y deja ver vellos enrulados y mechas grises enredadas con algas y diminutas caracolas.

Se va alejando la marea y deja sobre la sal gruesa de la playa bonaerense tablas y palos de lo que puede haber sido su galeón. Pelo enmarañado, cuerpo y traje barroso que se confunde con el agua marrón del paisaje marrón, y el cielo marrón donde el mar se fusiona con el río, tan distinto del océano celeste que pintamos en la escuela.

¿Cuántos días habrá estado en el mar? ¿Habrá peleado con un pulpo gigante de 20 tentáculos o librado una batalla con un corsario a 20 mil nudos de la playa del Barrio de San Rafael?

Su cuerpo gordinflón semienterrado en la arena fango de la orilla lucha por incorporarse. Con intriga y temor extiendo mi mano. Su boca se entreabre y exhala un gutural Aaarg en un dialecto bucanero ininteligible para mí.