6 de mayo de 2020

INSOMNIO


Por Susana Basilico

La lluvia y el encierro le estaban jugando una mala pasada. Había retomado alguna de sus manías que creía guardadas en el arcón de los recuerdos. Se la pasaba revisando todo. Sus fantasmas habían reaparecido. No sabía en qué iba a terminar toda esa locura, o si no era peor que la peste misma ese estado de constante ansiedad. Se despertaba a cualquier hora y vagaba por la casa a oscuras. Se asomaba por la ventana y algunas pocas luces tenues le hacían volar la imaginación. Quizás algún niño con miedo a la oscuridad necesitaba de aquel velador, o alguna pareja haciendo el amor en la penumbra.

Una luz fuerte le llamó la atención en el edificio de enfrente. Parecía querer establecer alguna comunicación. No sabía quién vivía allí, pero su brillo indicaba algún otro insomne. ¿Estaría también desesperado, desesperanzado?¿Estaría hablando con alguien, quizás de otro país? ¿O escribiendo? Su mente voló e imaginó mil historias de aquella sombra que se movía inquieta por la habitación.

Al día siguiente volvió a asomarse para conocer a su vecino y poder saludarle con la mano, como diciéndole: “ no estas solo, compañero de insomnio”. Pero no vio a nadie. Las persianas cerradas le decían que había podido conciliar el sueño.

Ella volvió a su rutina agobiante, plagada de fantasmas. Y a vagar por la casa durante la noche con la única compañía de esa sombra que se movía en el departamento de enfrente. Esa persona que compartía su angustia nocturna, y que a pesar de permanecer oculta la hizo sentir menos sola. Pudo dormirse al fin.

La rutina nocturna se repitió toda esa semana. Hasta que un día, el misterioso vecino se acercó a la ventana. Ella le sonrió, era la primera vez en estos cuarenta días que lo hacía. El levantó su mano derecha, como para saludarla, pero a la altura de la sien se detuvo. El ruido sordo se escuchó en el silencio de la noche.