10 de mayo de 2020

EL SECRETO DEL DIENTE DE LEÓN


Por Liliana González

Todos los días 15 de cada mes, al salir de la escuela, vamos con Luna a un campito que queda por el camino de regreso a nuestras casas. Allí hay una planta llamada diente de león. Cuando las flores de esta planta se marchitan, se abren en su lugar unos plumeritos blancos, redondos y muy volátiles que contienen las semillas. Son mágicos. Nosotras arrancamos uno de esos plumeritos, lo soplamos y le pedimos un deseo con los ojos cerrados y las manos unidas para que se cumpla. Son tan livianos que vuelan con nuestro aliento y después con el movimiento del aire. Las pelusitas viajan por el viento llevando las semillas y nuestros deseos al mundo de los imposibles donde viven los sueños...

Luna pedía siempre que su mamá no llore y que no las echen de la casa. Yo pedía que la babosa grande se muriera retorcida de dolor para no volver jamás.

El deseo de Luna se cumplía casi todos los meses, porque podían pagar el alquiler y no las echaban. Siempre había algún señor que se lo pagaba, a veces uno, a veces otro. Antes eso lo hacía su papá, pero un día se fue cuando ella tenía seis y no regresó… Luna y su mamá quedaron solitas y a pesar de que la madre trabaja limpiando casas no les alcanza más que para la comida, los cuadernos y la luz.

Mi deseo, en cambio, no se me cumplía nunca. La babosa grande seguía entrando a mi cuarto siempre de noche con la luz apagada… Su contacto era asqueroso y húmedo, transpiraba… ¡Tenía un aliento horrible y una voz ronca como la de los sapos y pronunciaba palabras que yo no entendía… salvo cuando me decía que no cuente! Y no se lo conté a nadie… sólo a Luna… Hace unos días fue 15 de junio, nos tocaba ir al campito. La planta del diente de león estaba más hermosa que nunca, repleta de plumeritos blancos. Arrancamos una ramita y la agitamos… ¡volaron por el aire miles de pelusitas! ¡parecía una lluvia de nieve! Después las soplamos con nuestro propio aliento que nos venía del corazón y con los ojos cerrados pedimos el deseo tomadas de la mano. Yo grité en mi interior: -Semillitas de diente de león… ¡Qué la babosa grande no vuelva nunca más!-. Hasta me saltaron lágrimas por la fuerza que puse en mi pedido.

A la hora de la cena mamá sirvió los platos. Mi hermanito no quiso comer porque no le gusta la polenta, pero yo sí porque le tuve miedo al Jorge que tenía los ojos vidriosos con hilitos de sangre. Estaba borracho como siempre y empezó a gritarle a mamá… Yo me puse a llorar y entonces él golpeó la mesa con el puño y tiró un vaso al suelo que se hizo mil pedazos. Pero al levantarse para pegarme, se tocó de pronto el pecho con una mueca fea, torciendo la boca… después cayó sobre los vidrios como un saco de plomo. No sé por qué, pero yo supe al instante que el Jorge estaba muerto. Mamá nos prohibió que lo tocáramos. Al rato llegó una ambulancia y dos doctores y se lo llevaron no sé a dónde. Mamá tenía los ojos secos y nos agarraba muy fuerte de la mano. A la medianoche llegaron unos vecinos para saludar a mamá diciendo mi más sentido pésame. También vino Luna con la suya…nos dimos un abrazo largo, largo, largo…Yo recé un Padrenuestro para adentro pidiéndole perdón a Dios por la felicidad que me empezaba a nacer en el pecho y se me escapaba por todas partes del cuerpo y del alma.

Esa noche Soñé que bailaba dando vueltas y vueltas mientras miles de plumeritos blancos de diente de león giraban a mi alrededor.