23 de mayo de 2021

AMARGO

 

Por Brenda Matossian


El sol apenas toca esa línea rectísima del horizonte. Trabajo en altamar donde se apaga esa fascinación tan propia de la playa. Acá, en aguas profundas, lo azul se vuelve ordinario y cotidiano. Incluso en sus constantes y pesadas variaciones resulta cansino. Pleamar y bajamar, pleamar y bajamar, tornadas una densa iteración. El mar es aburrido. La fauna resulta predecible después de tantos meses, como mi compañero de tripulación que tose y tose su silencio rítmico.

El reflejo del sol sobre el agua es monótono, insoportablemente enceguecedor. Me obliga a cerrar los ojos y mirar adentro, al fondo rutinario de mis días. Veo mis músculos desganados, caídos sobre los huesos hartos de levantar redes. Abro los ojos para ver el mismo atardecer que no termina de ejecutarse, es una agonía. Tomo una de las cuchillas que descansan después de la larga jornada laboral, y con dos movimientos mecánicos libero las branquias de mi compañero. Ya no se esfuerzan por encontrar oxígeno. Este gesto se lleva lo último de mis magras energías. Ahora sí se termina de poner el sol.


Ilustración: La pesca del atún - Salvador Dalí