17 de noviembre de 2020

OJO, QUE NO SE VE

Por Cristian Snaidero


No se lo veía cómodo maquillarse al payaso. Quizá no pueda agarrarle la mano a la lúdica tarea de fingir. ¿Te das cuenta todo lo que hay que esconder para ser ese payaso?

Primero se embarduna la crema neutra, densa e inodora, una cantidad cuantiosa, aunque no más de lo necesario. Con esa capa se protege todo lo tóxico de lo que continuará.

Lento, pero firme. La base blanca en la esponja circula para la metamorfosis por toda su cara. Acaricia la frente oscureciendo esos baches que ya no necesitan luz. Y baja, suave, suave y los pibes negros desaparecen. Luego llega a los párpados, con mucho cuidado para desprenderse hacia el depósito de las miradas.

Es obvio que la nariz le lleva un trabajo inestable, todo tiene un porqué. Hay tanto podrido, marchito, que por más rojo que se ponga la cosa después, no se puede con el caudal de mierda doméstica.

Y todos piensan que el camino de la esponja blanca es en descenso, ojalá así fuera. Sube, baja, arrastra, lleva, hunde, flota, como los globos hasta que se pinchan.

Lo veo entretenido sobre sus labios, allí donde Cupido dejó el arco. También el mentón con el que va a mentir y el pómulo con el que piensa conquistar al populus.

¿Qué más va a tapar? Todo. Entonces, por fin llega a los colores. Amarillo encanto. Verde depositando. El rojo forjado de nutrida hambre en la falta fatal, por eso dibujada, sonrisa.

Y pensar que todo comenzó aquel día en que se sacó el bigote.