26 de junio de 2020

TRASNOCHADORES


Por Beatriz Heber


La desolación que domina la imagen resulta familiar en estos días. En medio de la noche ciudadana, de calles desiertas, con negocios antiguos de vidrieras oscuras; el edificio del bar, con un ventanal continuo totalmente vidriado, se proyecta como la proa de un barco y forma esquina. Sobre el techo corre una marquesina con un anuncio de cigarros “Phillies”. Extrañamente no se ve la puerta de entrada. En el local, en una barra continua que replica el ventanal, se encuentran acodados tres trasnochadores, un hombre solitario con traje y sombrero, y una pareja, él también con traje y sombrero, y ella con un vestido entallado rojo.

Un único mozo atiende detrás de la barra. El amarillo ácido y duro de la pared ilumina la escena. Sobre el fondo claro se recorta nítidamente la figura del mozo, los hombres, en cambio, con sus trajes oscuros emergen enigmáticos del sombrío ventanal. La mujer se destaca por su cabello rubio y el color rojo del vestido. Los sombreros y el anuncio de cigarros definen la época. El bar-restaurante despojado y poco acogedor, resulta el único refugio en la vacía e inhóspita noche ciudadana.

Podría ser el fotograma de una película del cine negro norteamericano de la época, basado en novelas policiales.

El trasnochador de espaldas podría ser el detective Marlowe de Raymond Chandler, insobornable, pacífico, astuto, cínico y solitario que gusta acompañarse de un whisky.

Finalizada la cena su mente recorre los sucesos del día. Había visitado a una nueva clienta, una anciana dura que lo contrató por un delicado asunto de familia, recuperar una moneda de oro muy valiosa robada, según ella, por su nuera desaparecida repentinamente, su hijo nada sabía ni debía saber. En su bolsillo derecho, junto a su pistola, guarda la foto de la joven, de rostro astuto y boca despectiva de labios tentadores. Está considerando visitar al día siguiente al numismático que había querido comprar la moneda, una buena pista para empezar la investigación. En su bolsillo izquierdo cruje el cheque de doscientos cincuenta dólares recibidos para iniciar la labor.

El hombre junto a la mujer podría ser el duro detective Sam Spade, personaje de Dashiell Hamett, en compañía de una bella mujer.

Se encuentran en este bar, quizás conocido de Spade, tomando un café bien caliente a pedido de la joven a quien, yendo por la carretera encontró en un automóvil sedan en la banquina, y muy angustiada había pedido que la llevara a la ciudad. Quizás ella está considerando confiarle un peligro que la acecha. Spade respeta su silencio y espera. Sus manos casi se tocan.

Pero también, más simple y cotidiano, podría ser que una pareja, tras una salida, decidió cerrar la noche tomando un café en un bar nocturno. Aunque están juntos y sus manos próximas parecen ensimismados en sus propios pensamientos.

El tercer cliente con un vaso en la mano, un plato vacío a un lado y una taza de café, podría ser un empleado administrativo concluyendo una tardía cena solitaria antes del regreso a la casa, no al hogar.

Asimismo, podría ocurrir que los tres ciudadanos la noche anterior del inicio de una cuarentena decidieran tomar el último café o la última copa en un lugar público al cual no podrían volver en mucho tiempo o quizás nunca. Las pandemias no respetan edades.