9 de marzo de 2020

UN GOLPE


Por Belen Nigro

Un golpe en la pared, así me contaron que empezó todo. Esas historias que cuentan los grandes miles de veces y simplemente no escuchamos.
El pasillo era largo y apenas iluminado. De noche era el espacio preferido para las pisadas rápidas de los huéspedes y rechinido de las puertas al cerrar. Una casa chorizo, un patio con un gomero y tréboles creciendo en cualquier lugar que no fuera una baldosa.

Se oye otro golpe seco en la noche estrellada. Sordo e impune a través de la pared de mi habitación, lejos del murmullo de los forajidos del pasillo y los amantes de la luna. La imagen casi traslucida de la mejilla apretada contra el yeso que llegó ahí en medio de un acto impune y destellante de violencia, dejaría seguramente un camino de lágrimas testigo y un silencio achicharrado.
La madera cruje y la habitación de al lado no está dormida. Sigue atenta al golpe que se repite, como un joven repitiendo un ritual propio de la ansiedad. Nerd, café con cafiaspirina y una batería de libros en una frenética carrera contrarreloj. Azota, supongo, rítmicamente una pelota frente a las horas que lo apremian.
Vacío, silencio, el reloj de arena casi se pierde en el rincón. Una radio apenas perceptible inunda de imágenes a la anciana mientras se mece en la tercera habitación. La mañanita está en sus puntos finales y no le dá tregua las agujas. Solo apenas aminora la marcha cuando el golpe frena la noche, en plena duda. Un pequeño sollozo, una voz, una porcelana partida, un berrinche que acaba con una muñeca astillada y una madre colérica.
Un golpe, un eterno golpe, el mismo horario, distintos oyentes. Y del otro lado, un descampado.