Por
Liliana González
Qué
sabor tiene el valle de la luna al atardecer?
Tiene
gusto a miel en alguna de sus montañitas, miel y canela…lo
se
porque hundí el dedo en una y me lo puse en la lengua…es
suave
y un tanto empalagoso el sabor. En cambio en la parte que
llaman
el valle pintado que parece una toldería de carpas
redondas,
blancas, lilas y castañas, me acerqué despacito y probé
una.
Son de leche en polvo con esencia de vainilla y de mora.
Comí
hasta hartarme sin que nadie se diera cuenta porque se
trata
de un parque Nacional y está prohibido comérselo.
Cuando
llegamos a “El hongo”, ya estaba saciada de dulzor y ni
siquiera
intenté chuparlo aunque sabía perfectamente que está
todo
hecho de crema pastelera.
Qué
sonido tiene la noche en los Esteros?
Escuchando
la noche en los esteros del Iberá, mis oídos se
llenaron
del croar metálico de las ranitas, rítmico y constante,
tlac
tlac, tlac tlac, acompañado de zumbidos y musicales alas de
no
se que insectos voladores. ¡ Slap! Hacía el agua cada vez que
una
rana se zambullía en la laguna y el grito de los pájaros
nocturnos
como el biguá rompía de a ratos la monotonía
irritante
del canto de los grillos ocultos entre los juncos de la
orilla.
La sinfonía de insectos, pájaros y ranas rondaba mi cabeza
sumiéndome
en un éxtasis extraño…Sólo el silencioso avance de
los
yacarés que surcaban el agua dejando ver apenas sus hocicos
pero
luciendo sus ojitos brillantes, me mantuvo alerta, evitando
que
me adormeciera en el asiento de la lancha…
Olores
que convocan
Me
apropié de la mantilla y la escondí en el placard antes que
los
demás parientes la reclamaran. Cuando todos se fueron la
olí,
la aspiré profundamente hundiéndola en mi cara durante un
tiempo
que no sabría precisar. Cuando mi nariz se impregnó de
ese
aroma a lavanda y laurel que tanto conocía…se
apareció…invisible
pero con toda la fuerza de su presencia…
-¡
Tía! – le dije- estás acá conmigo…
Y la
abracé sonriendo.