14 de septiembre de 2020

LAS ROSAS

 

Por Romina Brisindi


Vuelvo a su cuarto, tiendo su cama, el perfume de ella aún invade mi laberinto corrugado. Amor suave, cariño bordado. En silencio me preparo, como desde hace cuatro años, cada tres de junio. Evito que se note la basura melancólica que arrastro. Subo el Sarmiento con los ojos ásperos, entiendo por qué nos rodeamos en esta muchedumbre marchitable. Ninguno sabe en esta comunidad trashumana por qué sufre el otro, sin embargo, nos entendemos.

Mi ánimo muta en el viaje. Un viento absurdo me despierta de un sopapo y recuerdo por qué hago este camino con un hambre robusta de justicia y una herida invisible. La gente nos ve pasar. Cada vez somos más. Un relámpago insospechado me trajo a enfrentar, con mi grito áspero, serpientes hábiles. Piernas estrechas se nos acercan. Lengua vacía bajo cabeza de tortuga, bastones amenazantes. Una lujuria ínfima me enfrenta con subjetividades insobornables a quien se pare en mi camino. Silencio sordo. El cielo se vuelve violeta y pienso en tus ojos azules, claros como el agua, claros como tu alma. Nudo en la garganta, caldo masticable, agua muda recorre mis mejillas y mi insolencia escondida. Levanto la mirada, la cruzo con la de otras madres, nos reconocemos. Un amor rústico nos une y ya no volveremos a ser las mismas. Pienso, mi valiente, te pienso, ¡estás viva! Entonces deseo abrazarte como reloj cerrado y devolverte la inocencia que te han robado.